The Phenomenon of Ecstasy
"Chaqueta afrodisíaca" 1936, (chaqueta de esmoquin con vasos de licor, camisa y plastrón en una percha, 88 x 79 x 6 cm).
Como el escultor Alberto Giacometti o como Rene Magritte, Salvador Dalí fue uno de los artistas que dejaron su impronta en el surrealismo de la década de 1930. Su «método paranoico-crítico» alumbró nuevos impulsos que produjeron sorprendentes resultados sobre todo en el ámbito del objeto surrealista. El «método paranoico-crítico» de Dalí representó una importante contribución a la enigmatización de lo cotidiano. Como escribió Bretón: «Las metamorfosis continuas e irresistibles a las que sometía el objeto de su interés espiritual daban lugar a que, para el paranoico, todos los fenómenos del mundo exterior fueran inestables, con cambios rápidos de un estado a otro, si es que no eran problemáticos y poco fiables. En cualquier caso, lo decisivo era que el paranoico estaba en condiciones de hacer que sus conciudadanos comprendiesen su visión del mundo». En el arte de Dalí, este poder se traduce en «una manera de fotografiar con profusión de color y a mano, es decir, sin aparatos, la irracionalidad concreta y el mundo de la fantasía». Ello se refleja en la mirada específica con que Dalí contemplaba y conformaba el mundo, de modo que, como el fotógrafo Brassaï recordaba en 1964 en sus notas autobiográficas, dotaba a la realidad de dimensiones misteriosas, no descubiertas hasta entonces. «Colaboré con Dalí en el Fenómeno del éxtasis y en las Esculturas involuntarias: billetes de autobús, boletos de metro enrollados, inadvertidamente arrugados; pastillas de jabón, algodón, plásticamente conformados a través del "automatismo"...» También Bretón dirigía a la realidad una mirada inocente, no marcada previamente, aunque en absoluto desencajada.
Uno de sus mayores y más fecundos placeres era, según parece, visitar los rastros; su fascinación por ellos quedó reflejada en un texto en el que evoca una de aquellas incursiones: «De todos aquellos objetos, lo primero que nos atrajo realmente y ejerció en nosotros la fascinación de lo nunca visto fue una máscara de metal. Nos llamó la atención por su rigidez, pero al mismo tiempo también porque parecía tener la capacidad de servir para usos que nosotros desconocíamos. La primera idea, absolutamente fantástica, que uno tenía al verla era que se trataba de una reproducción tardía y muy cuidada del yelmo medieval, que cubría toda la cabeza, flirteando con una máscara de terciopelo». En su pintura, cuyos sorprendentes efectos, difícilmente explicables desde un punto de vista racional, sólo son accesibles en muchos casos tras un análisis más detenido, Rene Magritte explora también los enigmas del mundo cotidiano y los resultados mágicos de lo conocido en un contexto nuevo. Su aportación singular y específica se sitúa en el ámbito del lenguaje o más bien en la reflexión hecha imagen sobre la relación entre el dibujo y la denominación. En 1929, Magritte publicó en La Révolution surréaliste una serie de cuadros comentados que explícita la especial problemática de tales relaciones. Los títulos que los acompañan, tales como Hay objetos que pasan sin nombre, sobre el dibujo de una barca, o Una palabra sirve en ocasiones para designarse a uno mismo, sobre la palabra «ciel» enmarcada en un círculo, provocan una inseguridad que va más allá de la duda puramente espiritual. Lo que se cuestiona es la seguridad transmitida por una designación equiparable a un acto de posesión. ¿Cómo aprehender, comprender, ordenar y dominar el mundo si ya no podemos estar seguros de sus nombres?, pregunta Magritte. En sus cuadros con texto aprovecha la inseguridad causada por las designaciones falsas y no habituales para descubrir al espectador la complejidad y el absurdo de lo «normal».
Fuentes: historiadelarte.us
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SALUDOS
ARIEL
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